lunes, 18 de febrero de 2019

Lo chiamavano cinema


Creo que la primera película que recuerdo haber visto en el cine fue "Yanco". Fue en un cine parroquial, en el patio de las viejas escuelas. Allí plantaban algunas sillas y un viejo proyector que hacía "TRRRRR" todo el rato, detrás mismo de nuestras cabezas. En la puerta se colocaba alguien, a veces yo mismo o uno de los de mi pandillina, con una hucha para hacer la recaudación. Los asistentes, en fila india, iban depositando una peseta antes de entrar. Confieso que, a falta de pesetas, alguna vez que otra lo que introduje en el bote fue un pedacito de vidrio recogido del suelo. Al caer dentro hacía el mismo ruido que una rubia. Mea culpa. Durante muchos años he tenido esa película así, en mi memoria, a cachitos, sin recordar detalles apenas, tanto tiempo hace ya de eso. Sí recuerdo que empezaba con un fúnebre toque de campana, sobre la imagen de un charco. Una película mexicana de los años cincuenta o sesenta, en blanco y negro, con un argumento triste hasta la aflicción. Una historia que, de pronto, hizo que me diera cuenta de que el cine podía remover cosas en el interior de las personas. En mi interior, al menos, sí.  O no fue la primera, y antes había visto versiones horrorosas de Los Tres Mosqueteros, o alguna serie Zeta para público infantil. Nada. Yanco fue mi primera película, eso es así. La primera en donde el dolor, la angustia, la vida y la muerte, la música, la imagen, la interpretación y tantas otras cosas se asomaron al menos a mi mundo de niño con pantalón corto.
Mucho tiempo después, en el 2007, pude ver otra película : "El Violín". Una obra también en blanco y negro, pero esta vez por motivos plásticos, no por pura vetustez. Premio Especial en Cannes de ese año. Curiosamente también mexicana. Y también con un viejo violín en el eje estético y narrativo de la historia. Sólo que ahora el protagonista no era un niño, sino un anciano. Algún lazo memorístico -y emocional- me hizo unir ambas películas. Pero no puedo explicar por qué. Sólo viéndolas se podría entender. O no. Las rememoro a ambas porque de algún modo iniciaron y cerraron un ciclo, vital o no sé de qué tipo, para mi. ¿Me gustaron? Desde luego, El Violín sí. La recomiendo sin dudarlo. En todo caso, es muy difícil hablar de películas. De cine. Porque, ya se sabe, es cuestión de gustos. Bien está que hay cine bueno y cine malo. Películas mejor y peor hechas. Como actores y actrices. Todo. Pero nunca se sabe: se trata de vivencias, a menudo. De sensaciones vividas, delante de una pantalla enorme. Sólo así me explico que me gustaran películas de serie B del Oeste, o de zombies -ahora otra vez de moda-, o policiacas.... Porque es así: no me avergüenza decir que disfruté como un enano viendo a Bud Spencer y a Terence Hill en "Le llamaban Trinidad" dando mamporros o zampándose una sartén de judías con tocino. Ya tendría tiempo de convertirme en un idiota y en rechazar según qué cosas, por "no tener calidad"... Ya tendría ocasión de echarme novia y fingir que me gustaba Truffaut -Truffaut: eres un capullo insoportable y un puto pedante-, como este mismo mes, que me he chupado la última de Almodóvar o la de Cumbres Borrascosas. Por amor, nada más. Porque a mi, lo que me hubiera gustado era haber vuelto a tener dieciséis años y largarme al Cine Goya o al Autopista. Y que me pusieran una de Hitchcock, o una de Sherlock Holmes. O que repitieran otra vez -o mil veces- La Diligencia, o Rio Bravo. Con una cerveza en una mano, un Ducados en la otra y sentados en el respaldo de la butaca de hierro, con los pies en el asiento. Y sí, una de Bud Spencer, o de Bruce Lee, que para eso practicábamos luego en la calle, lanzando hostias y patadas a todos los postes de la luz. Bien poco podíamos imaginar que esas pelis iban a ser semilla de culto, al menos para Tarantino. Ser un adolescente para ver de nuevo el estreno de Star Wars, y salir sabiendo que algo nuevo había pasado en el mundo del cine fantástico. Revivir la primera vez de El Padrino. Ir creciendo a base de buenos estrenos, pero también algún que otro ciclo de Kubrick, de Ford, o de Wilder.Ya vendría el amor, el drama, el existencialismo.... Todo se andaría. Pero eso creo: que en el fondo, en la base, está la sensación de gozo, la pura diversión. El Cine que muchos desprecian, pero que yo escribo con mayúsculas.
P.D. Qué razón nos asistía, qué ingenua alegría, cuando silbábamos aquellas bandas sonoras (como ésta que dejo aquí) , calle abajo, imitando las escenas que más nos habían gustado. Dando un puntapié a una lata. Felices, un puñado de amigos, una noche de verano


0 comentarios:

Publicar un comentario