sábado, 16 de febrero de 2019

Rafael


No había pensado escribir sobre Rafael, ni sobre la maravillosa exposición que puede verse este verano en el Prado. Pero aquí estoy. Sólo unas líneas.
Sí, sí. La exposición es maravillosa. Pero maravillosa. Porque lo tiene todo: grandiosidad, preciosismo, color, brillantez, talento, inspiración. Y es que el gran Rafael era bueno. Muy bueno.
Pero a ver, visité esas salas justo después de haber hecho lo propio en el Thyssen para ojear las obras de Hopper. Y Hopper también es bueno. Muy bueno.
Pero no es igual. Son distintos. Les separan siglos. Son buenos los dos, sí. Bueno, Rafael es mucho mejor, pero para qué comparar. Son muy distintos. ¿Y además del tiempo y los estilos, qué otra cosa hay? Amigos, hay algo que recordé muy pronto, cuando vi en el Prado a una marea de visitantes hacer cola y hasta melé para colocarse bien de frente ante los fantásticos óleos del genio renacentista... pasando de largo y obviando los cartones y papeles, pequeños, que se encontraban junto a ellos. En esos esbozos -a lápiz, sanguina, aguada de tinta o cualquier otra cosa que manchase- estaba la diferencia: Rafael dibujaba increíblemente bien. Dibujaba con primor, dibujaba divinamente. Pero sobre todo: Rafael dibujaba. Dibujaba antes de pintar.
Y diré más: en esos pedazos de cartón, tabla o papel estaban -en algunos literalmente-  las huellas del maestro. De sus manos. Rafael está más en ellos que en bastantes de los óleos. Diría que hasta me emocionan más.  Creo que los dibujos son la verdadera creación artística. Los planos de la belleza.


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