sábado, 16 de febrero de 2019

Panta Rei


Todo fluye: sí. Así lo asentó Heráclito hace una porción de años. Y así sigue sucediendo, a pesar nuestro, ensimismados como estamos, prestando atención a todo aquello que suele no merecer la pena.
Todo fluye y todo cambia. Nada es inmóvil. Y la felicidad, ese mito inalcanzable, corre como una ninfa atrochando bosque: sin dejarse coger, la jodía.
Todo cambia a nuestro alrededor. Y cambiamos nosotros. Y decía el viejo sabio que no es posible bañarse en el mismo río, porque de su agua de ahora mañana nada quedará. Ni del hombre que ayer fui, tampoco hoy queda nada. Sólo hay que ver las fotos, o los números del disco de la báscula de baño. No. Ya no soy yo. Ya no somos nosotros. Ni mañana seremos los que somos hoy.
Todo fluye. Y el fluir, el cambiar, que a veces es progresar y a veces retroceder, es producto del eterno desequilibrio: el conflicto sin final. La puja de uno consigo mismo y con los demás.
El miedo a la soledad, al rechazo, a la pobreza, a la muerte. El ansia de ser querido, de no ser vencido o abandonado. La interminable lucha, que nos mantiene en pie, pero que a la vez nos va desgastando. Nos va consumiendo.
Y pienso que la lucha ha de continuar hasta donde las fuerzas lleguen. Luchar por el mero hecho de estar y de seguir vivos. Seguros de que en esa guerra siempre se pierde, aunque ganemos una batalla cada día.
Todo fluye, pero nada se pierde. Porque el agua de aquel río, viejo Heráclito, que se fue y que ya no está, tardará mucho, mucho tiempo. Pero volverá.

Publicada en noviembre de 2011

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