sábado, 16 de febrero de 2019

Ha muerto Landa. Clamo venganza



Falleció Landa, Alfredo Landa. Supongo que mañana mismo veremos lo que corresponde en estos tristes lances: caras tristes de sus familiares y de sus amigos y compañeros. Y escucharemos palabras de admiración y de recuerdo. Lo mereció así.
Pero temo que también escucharemos y leeremos reflexiones sobre su época y sobre su figura. O más bien, sobre su cine. Ya se sabe: ese prototipo de películas y de personajes que muchos afirmaron que les producía vergüenza ajena. Especialmente a partir de la segunda mitad de los años ochenta, un periodo convulso y afanado -en donde se sitúa la llamada Movida- que expresó su ansia de renovación y de libertad, dando lugar a una especie de explosión de creatividad, ganas de juerga y desinhibición. Cosa que me gusta y que aprecio. Pero es una época en la que muchos confundieron culo y témporas. Por ser rompedores, se decidió que había que romper con todo lo anterior. Incluso con lo que era verdaderamente bueno. Como el rock, que pasó de inmediato a ser oscuro, carca y antiguo. Y muchas bandas lo sintieron y aún hoy les duele, a pesar de que sigan dando buenos conciertos con la sesentena cumplida, mientras que aquellos grupitos musicales movidistas (salvemos a Radio Futura, antes de que alguien me lo casque) hoy son recordados como monos de feria, revestidos de hombreras y de plásticos, pero rabiosamente malos cuando cantaban o actuaban. Y por supuesto, desaparecidos en las primeras escaramuzas del combate.
Recuerdo bien cómo se vapuleó a Alfredo Landa y a todo lo que representaba. Aunque hay que reconocer que luego don Alfredo supo poner las cosas en su sitio y ganar los dos lados de la cancha con interpretaciones magistrales, como su Paco el Bajo en Los Santos Inocentes. Pero sí, se le atizó bien.
Yo, quiero que se me entienda, no voy a escribir aquí que todas aquellas películas, las del landismo, fueran de óscar, porque no. Pero uno tiene la sensación de que Landa nos puso en pantalla un par de cosas que, a lo mejor, es que simplemente no nos apetecía ver.
Una fue aquel español cazurro y orgulloso. El emigrante de boina calada y maleta de cartón. Machista. Terco. Un tipo bajito y salido, que soñaba con ser perseguido por suecas en bikini. Una versión. Cómica, pero una versión. O una visión.
La otra, la de Paco el Bajo, es más clara aún. Más desgarrada. Es el español -el extremeño, afinando más-  víctima del caciquismo feudal. De la injusticia más cruel e inhumana que se pueda concebir: la de las personas esclavizadas hasta ser tenidas por meras cosas. Tenidas en valor en función de su utilidad para el bien del amo.
Pero hoy, el día en que ha muerto Alfredo Landa, pues... aquí estoy. Leyendo la prensa. Viendo cómo nuestros gobernantes alaban el arrojo de los españoles que tienen que coger las maletas de su abuelo y marcharse también a Alemania. Y hasta los animan a hacerlo. Movilidad exterior la llaman, esos hijos de puta. Hoy, el día en que ha muerto Alfredo Landa, los diarios recogen el estado de cosas y de recomendaciones de las autoridades y expertos en economía. Eliminar el estatus de funcionario a todos, menos a los policías. Bajar aún más los sueldos de los trabajadores. Bajar las pensionesPlantar cara a las protestas contra los recortes en sanidad o educación. Y un largo etcétera.
La cuestión salta a la cara. ¿Somos tan distintos de esos personajes retratados por Landa, o seguimos creyendo que somos europeos con smarthphone, iPad y futuro....?
¿Tenemos que seguir siendo mansos y obtusamente abnegados como ese emigrante que, sin pan ni vida en su propio pueblo, tiene que marchar a la quinta puñeta para poder comer, pero que encima saca pecho y tira de orgullo cuando de España se habla...?
¿Tenemos que seguir esclavizados y dejar que tamb
ién esclavicen a nuestros hijos, a fuerza de negarles hasta su educación y su promoción...? ¿Tenemos?



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