sábado, 16 de febrero de 2019

Sobrevivir


Estoy escuchando un vinilo de los Travelling Wilburys , que anteayer quedó puesto en el plato. Y pensando arrobado en lo buenos que eran. Claro, que para eso eran quienes eran y podían ser tan buenos como les diera la gana. Juntos o por separado. Y viendo una vieja foto (la de arriba) de un no menos viejo equipo de baloncesto. Y al lado de los resultados de mi última toma de tensión arterial. Y notando aún los vestigios de mi pinzamiento lumbar. No, no estoy viejo. Pero el tiempo pasa. Lo suficiente como para haber notado, a estas horas ya, que no voy a ser Nobel de Literatura, ni premio nacional de Pintura ni de Fotografía. Ni jugaré en la NBA, creo. Pero inevitablemente pienso en la gente que sí lo ha conseguido. Triunfar. Ser grandes. Ser buenos.
La vida, me dicen y me digo, ajusta nuestros objetivos. Acaso nos pone por delante otros, no los soñados. Más terrenales. ¿Más fáciles? No, tampoco. Pero son otros, eso sí. Sobrevivir. Ser padre. Ser hijo. Ser esposo. Ser amigo. Ser cuerdo -a ratos-, ser honesto. Y repasar fotos viejas y sueños viejos. Soñar, otra vez, para que otros, a lo mejor mis hijos, sí hagan cumbre. O no. O acaso  los sueños tengan que sufrir también su reajuste. Y tengan que ser también aterrizados.
Pero la vida, claro que sí, bien cierto es que pasa. Y a pesar de los desengaños, a pesar de las sucesivas y obligadas tomas de conciencia -no logré ni lograré terminar mi carrera de Derecho, ninguno de mis cuadros se colgará en ningún lugar importante, ninguna de mis fotografías será recordada y celebrada, ninguno de mis escritos será tenido por bello ni apenas por bien redactado-  a pesar de todo eso, digo, me queda, nos debe quedar a todos, el goce de haber vivido y de seguir viviendo.
No seré letrado, pero disfrutaré de un ápice de cultura jurídica y filosófica que se me pegó un tanto a la piel, como la tizne junto a una chimenea. No me verán en el Prado ni en el Bellas Artes, pero gozaré -sin prisa y sin meta, por puro placer y cuando me apetezca- remojando otra vez en trementina mis endurecidos pinceles. No tendré un Pulitzer, pero me daré el gusto -también cuando quiera- de colgarme de nuevo mi cámara y mirar a través de ella. Por pura diversión. Mi nombre no estará nunca junto al de ningún literato, pero sé que aquí mismo, junto a mi teclado, están mis queridas y fieles estilográficas, dispuestas a tejer sobre el papel todo aquello que se les ocurra. Por la pura dicha de ver correr la tinta.
Por el placer de vivir. De seguir viviendo.


Publicado en mayo de 2013

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