sábado, 16 de febrero de 2019

Paco

Antonio, vendedor ambulante, era también guitarrista flamenco. De los que tocan por detrás. Creía que era bueno para sacar adelante a su familia numerosa enseñar también a sus hijos, y así estaba, explicando acordes y rasgueos a uno de ellos, Antoñito. Pero la cosa no iba bien. No avanzaba y le costaba.
Otro hijo, el  más chico, que miraba el cuadro y no perdía puntá, al final se descolgó con un "-¡Pero si es mu fási...-"
El hombre, ya algo irritado, le pasó la guitarra al chavea. Toma anda, a ver si es verdad lo fácil que es.
La guitarra, en manos del crío, empezó a cantar....
Años después, el mundo de la guitarra, el mundo entero, conocía y veneraba a Paco de Lucía.
El mundo entero -porque antes de él la guitarra flamenca ni el Flamenco eran lo que hoy son-  supo qué es la guitarra española. La flamenca. La guitarra que llora y embruja.
Todos escuchamos a Paco con la boca abierta. También los demás guitarristas. No sólo los flamencos, de quienes él fue un padre o quizá un dios.
Metheny, McLaughin, DiMeola y muchos otros. Los que tocaron junto a él y los que no. Para todos fue una figura "gigantesca, titánica...".
Knopfler o Clapton coincidían al oírlo: "-No sabemos tocar la guitarra...-"
Aún recuerdo -hace años- a dos buenos guitarristas discutiendo mientras oían un vinilo que sonaba sobre el plato. No se ponían de acuerdo sobre si aquella música era de una o de dos guitarras.
Era una. Pero era Paco.
Cuando vuelva a Madrid, a Algeciras o a La Unión, cuando vuelva a cualquier tablao, a cualquier peña,  a cualquier concierto, me daré cuenta de lo grande que es el lugar que hoy ha quedado vacío.
Hace seis meses estuvo aquí. Fue la última. Haz lo que quieres, si puedes. Yo quería ir a verlo, pero no lo hice. Por una vez no fui fiel a ese principio mío. El de ser feliz, un poquito, si es posible. Ya es tarde.

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