A
Higuera de Vargas nadie le compuso poemas, ni Chamizo ni Gabriel y Galán. Pero
en su calle se dice la jacha y el jigo y la jiguera. -No, hombre,
tan pronunciao no: se dice hacha y higo y higuera, pero no se dice como
sehcribe. La hache no eh muda: eh ahpirá...- En la plaza del
Toledillo dos abuelas echan la tarde mirando con ojos entornados, con
complacencia un poco somnolienta, lo bien que se les están criando los nietos.
Del llano, cuando viene el ábrego, llega el olor a agua. Si no lo hace, el
secano es pobre como las ratas. El ábrego huele a Portugal, a América. Y cuando
viene el aire del norte, el humo se agacha y baja las cuestas enredándose en
las ramas de los alcornoques. Entonces huele a picón, que es un aroma picante y
dulce, como un incienso que ha nacido de las encinas y de las manos negras de
los piconeros.
Los toros de la dehesa dejan que el rocío perle su piel con gotas diminutas. Su aliento sale de los ollares blanco y espeso. Y la luna, que no quiere irse, es dorada como el pellejo de un atabal. Es la madrugada (Ki-kirikíiii...¡el gallo de Mampolín!)....
-Eso eh en invierno. En verano, se caen loh páharo de la caló. -Es que aquí no hay quien viva. -Y uhté qué, que eh un Jordi tamién... -¿Y qué es un Jordi? -Poh velahí, loh que se habían ío emigraoh y aluego güerven de vacacioneh. Con suh muhere forahtera y suh hijoh criaoh fuera. Y yahtá, venga a decí jangás. Que si hace caló, que si aquí no hay de ná. Y mirando ar pueblo como con ahco, y con melindreh. Y que no se pué hacer ná... ¡Poh claro! mía que ponelse a hacel afoto a lah cuatrolatarde, con la que cae... Que digo yo, que caló hará en suh piso, tan chiqueninoh, en lo arto una buitrera... Aquí, ya ve uhté, te poneh en er saguán, ahcuritah, al lao lah pilistrah, con er piche y yahtá. Bien frehquito que sehtá.- Es verdad. En el Casino, el guardia retirado, el maestro y el ganadero se echan un chamelo. Las fichas se machacan contra la mesa, como si cada una llevara un triunfo final e inapelable. Antes, en el Casino, se despachaban los temas de la fábrica, de la Benéfica y del campo. Y los que podían llevaban una cadena con reloj prendida en el chaleco. O una cadena sin reloj, que las puntas no se ven si lo tienen o no.
El Coso mira con orgullo la ladera. Pero el Coso ya no debería ser tan orgulloso. Antes sí: cuando vivían en él los caballeros del Temple. Ahora sólo está para que a su lado se corran las vacas o se haga la feria. -Don Arcadio, sabeuhté, anteh daba una vaquilla pa loh mozoh, casi tó loh añoh... A loh mozoh ya no leh gusta hudiqueá con lah vacah, ni con ná...- No. Ni se pinta en las paredes Vivan los quintos... -El cura de anteh era un sopenco. -Se dice zopenco. -Será sopenco, porque ar que parece un penco se le dice penco, que ereh un penco... -Ah, bueno, sí...¿y por qué era un penco? -Ná! poh no se locurrió na máh que alicatá la torre con azulehoh blancoh! amo a vé, ¿ánde sa vihto eso?-
La iglesia sigue teniendo la torre alicatada de blanco y queda horroroso. Pero no hay que pintar, con lo alto que está, en eso tenía razón el hombre. Entré un poco y había otro cura. Pero el de ahora estaba echando un sermón contra los matrimonios gays que temblaba el misterio. Yo creo que el Señor de los Afligidos ese día estuvo más afligido todavía.
En Higuera, que era un lugar de sueño, en donde un caballero pensó que no había otro mejor para ser poblado, ahora el río Alcarrache pasa casi seco. Los hombres son sanos y saben de campo. Del descorche, de los cochinos y de la chacina. Hablan alto y ríen fuerte. La casa de la abuela se vende, nadie sabe de quién es ahora, pero han pintado en las jambas un número de teléfono que es de Madrid. A la Virgen de Loreto le han cantado misa los de aviación. Pero no han pasado los aviones a reacción, porque gastan mucho. Sólo unos soldados con fusiles (¡presenten armas!), que por lo visto son de fuera también, porque sudan la gota gorda y a lo mejor se desmaya alguno. -Eh que ahora ya naide aguanta ná. Al agüelo de uhté, de jovencino, una feria no loncontraban. -¿Y eso? -Endihpué de toa la noche no gorvía... -¿Y dónde estaba? -Pueh lo salieron a buhcá y sabeuhté andihtaba? -¿Dónde? -Pueh de güerta, sabía caío en una gabia der camino y ahí sabía queao. ¡A dormí de la mojca que traía! ¡Y tan contento quehtaba!
Me marcho. Como de costumbre, me pongo a enalbardar la moto. Y ahora miro al cementerio y al molino viejo. A la cuesta de Táliga. Y a los niños que juegan a la picota. Ya no van a venir los portugueses a arrasar el pueblo. Ni los franceses. A lo mejor el trabajo ya está hecho y no hace falta más. O quizá es que no: quizá es así como hay que vivir. Apaciblemente. En invierno, con lumbre y vino recio. Y en verano, en el zaguán. Con el botijo o con una cerveza, al frescor de anchas paredes centenarias y bien enjalbegadas.
Los toros de la dehesa dejan que el rocío perle su piel con gotas diminutas. Su aliento sale de los ollares blanco y espeso. Y la luna, que no quiere irse, es dorada como el pellejo de un atabal. Es la madrugada (Ki-kirikíiii...¡el gallo de Mampolín!)....
-Eso eh en invierno. En verano, se caen loh páharo de la caló. -Es que aquí no hay quien viva. -Y uhté qué, que eh un Jordi tamién... -¿Y qué es un Jordi? -Poh velahí, loh que se habían ío emigraoh y aluego güerven de vacacioneh. Con suh muhere forahtera y suh hijoh criaoh fuera. Y yahtá, venga a decí jangás. Que si hace caló, que si aquí no hay de ná. Y mirando ar pueblo como con ahco, y con melindreh. Y que no se pué hacer ná... ¡Poh claro! mía que ponelse a hacel afoto a lah cuatrolatarde, con la que cae... Que digo yo, que caló hará en suh piso, tan chiqueninoh, en lo arto una buitrera... Aquí, ya ve uhté, te poneh en er saguán, ahcuritah, al lao lah pilistrah, con er piche y yahtá. Bien frehquito que sehtá.- Es verdad. En el Casino, el guardia retirado, el maestro y el ganadero se echan un chamelo. Las fichas se machacan contra la mesa, como si cada una llevara un triunfo final e inapelable. Antes, en el Casino, se despachaban los temas de la fábrica, de la Benéfica y del campo. Y los que podían llevaban una cadena con reloj prendida en el chaleco. O una cadena sin reloj, que las puntas no se ven si lo tienen o no.
El Coso mira con orgullo la ladera. Pero el Coso ya no debería ser tan orgulloso. Antes sí: cuando vivían en él los caballeros del Temple. Ahora sólo está para que a su lado se corran las vacas o se haga la feria. -Don Arcadio, sabeuhté, anteh daba una vaquilla pa loh mozoh, casi tó loh añoh... A loh mozoh ya no leh gusta hudiqueá con lah vacah, ni con ná...- No. Ni se pinta en las paredes Vivan los quintos... -El cura de anteh era un sopenco. -Se dice zopenco. -Será sopenco, porque ar que parece un penco se le dice penco, que ereh un penco... -Ah, bueno, sí...¿y por qué era un penco? -Ná! poh no se locurrió na máh que alicatá la torre con azulehoh blancoh! amo a vé, ¿ánde sa vihto eso?-
La iglesia sigue teniendo la torre alicatada de blanco y queda horroroso. Pero no hay que pintar, con lo alto que está, en eso tenía razón el hombre. Entré un poco y había otro cura. Pero el de ahora estaba echando un sermón contra los matrimonios gays que temblaba el misterio. Yo creo que el Señor de los Afligidos ese día estuvo más afligido todavía.
En Higuera, que era un lugar de sueño, en donde un caballero pensó que no había otro mejor para ser poblado, ahora el río Alcarrache pasa casi seco. Los hombres son sanos y saben de campo. Del descorche, de los cochinos y de la chacina. Hablan alto y ríen fuerte. La casa de la abuela se vende, nadie sabe de quién es ahora, pero han pintado en las jambas un número de teléfono que es de Madrid. A la Virgen de Loreto le han cantado misa los de aviación. Pero no han pasado los aviones a reacción, porque gastan mucho. Sólo unos soldados con fusiles (¡presenten armas!), que por lo visto son de fuera también, porque sudan la gota gorda y a lo mejor se desmaya alguno. -Eh que ahora ya naide aguanta ná. Al agüelo de uhté, de jovencino, una feria no loncontraban. -¿Y eso? -Endihpué de toa la noche no gorvía... -¿Y dónde estaba? -Pueh lo salieron a buhcá y sabeuhté andihtaba? -¿Dónde? -Pueh de güerta, sabía caío en una gabia der camino y ahí sabía queao. ¡A dormí de la mojca que traía! ¡Y tan contento quehtaba!
Me marcho. Como de costumbre, me pongo a enalbardar la moto. Y ahora miro al cementerio y al molino viejo. A la cuesta de Táliga. Y a los niños que juegan a la picota. Ya no van a venir los portugueses a arrasar el pueblo. Ni los franceses. A lo mejor el trabajo ya está hecho y no hace falta más. O quizá es que no: quizá es así como hay que vivir. Apaciblemente. En invierno, con lumbre y vino recio. Y en verano, en el zaguán. Con el botijo o con una cerveza, al frescor de anchas paredes centenarias y bien enjalbegadas.
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