sábado, 16 de febrero de 2019

La Wirt de Twain y el pantalón pirata de Marilyn


Hablando de hedonismo. Acabo de darle un aire distinto a mi mesa. Bueno, mi mesa es realmente un escritorio tipo secreter. Yo fantaseo con que sea quizá inglés, quizá del siglo XIX. No lo sé. Sé que es antiguo. Y que su madera, probablemente, sea de encina. Llegó hasta mi casa hace años, después de un business que no viene a cuento. Durante mucho tiempo, mi escritorio estuvo fabricado con una puerta vieja, puesta en borriqueta sobre unas cajas de tomates. Estaba en el viejo trastero de casa, con su tejado de uralita y lleno de cacharros. Tenía una manta por encima y un brasero de gas debajo, porque en aquel trastero pasé frío y calor: era inhóspito. Pero no quería salir de él: allí, en cajas de madera y de cartón, escondidos pero omnipresentes, estaban mis libros. ¿Dónde estás ahora, vieja puerta de madera sin picaporte?... Después preparé mi propia casa. La vieja puerta se convirtió en un hermoso tablón de abeto. Y las cajas de tomates fueron sustituidas por unas burras de madera plegables. Disfruté de esa nueva mesa que, con su flexo articulado, me hizo sentir en el cielo. Pero también se acabó. Creció la familia y hubo que plegar las burras y esconder el tablón. Me quedé sin mesa donde leer y escribir durante diez años. Fue duro. Hasta que finalmente llegó la nueva casa y mi nuevo-antiguo escritorio. Imaginad. Después de tanto tiempo tratando de leer en el sofá o escribir en la mesa camilla -e interrumpirme si llegaba visita- y no poder... Un sótano amplio y un boureau de madera con nueve cajones. Una gran librería. Mis libros. Mis estilográficas. Todo.  Ahora he decidido colocar bajo el cristal unas láminas con viejos afiches publicitarios. Me gustan. Me ambientan y me hacen mi rincón más agradable aún. Está Marilyn escribiendo con pluma -¿qué pluma es, Dios mío?....- Es una foto bellísima. La foto y Marilyn. Escribiendo. Y con muchos libros sobre su cabeza -joder, joder, era perfecta....-  También está William Holden, con su Parker 61 y su revolucionario sistema de recarga, mirando el tintero y quizá pensando en el río Kwai. Y Twain, anunciando una Wirt, qué grande, el cabrón. Recolocando mis plumas y tinteros, me doy cuenta de cuánto me gustan. Me doy cuenta de que no tengo plumas caras. Bueno, no sé cuánto costó esa Cross tan bonita que me regaló Mercedes. Pero no. Son tirando a corriente. Como esa Parker 51 que rescaté de un rastrillo y que escribe increíblemente bien. Después de lavarla a fondo y rascarle su alimentador, eso sí. O la Parker 21, única dote que he recibido de rebote, procedente de mi difunto suegro. No la uso. La puta Flaminaire, cuyo flujo se corta y ya no sé qué más hacer para solucionarlo. La vieja Inoxcrom Sirocco, con su esmalte cascado, pero tan altiva. Y la Waterman Apostrophe, tan elegante y tan fina... y con ese nombre tan absurdamente cursi. Y la humilde Parker Vector, que me acompañó en mis andanzas militares, con la que escribí tantas cartas y tantas y tantas actas de nacimiento, bautizo, matrimonio o defunción en los enormes libros de partidas. Y la vieja Sheaffer, también fruto de un hallazgo... Y... En fin. Es que quizá debería escribir una entrada dedicada solamente a las estilográficas. Yo, que admito que en el trabajo es imbatible por su rendimiento y por su precio el famoso BIC azul, me niego a poner uno sobre la mesa y ver cómo a los pocos minutos ya alguien se lo llevó y debo sacar otro. No. Escribo con pluma. Cargo y recargo sus cartuchos y sacos de goma. Cambio de tintas y de colores. Y hasta las fabricaba yo mismo, porque es muy fácil, cuando tenía más tiempo.  Escribo con estilográfica -como digo siempre que tengo que defender posiciones hedonistas- porque me gusta y porque me sale de los huevos. Y seguiré pisteando las mesas de los rastrillos de cachivaches, por si aparece una Aurora, una Conklin o una Eversharp. Soñar es gratis. Las Mont Blanc son carísimas, están sobrevaloradas y son castuza.  Y poner esa cara de asquito. Como diciendo "-¿cómo se atreve usted a querer vender esta mierda?-", pero temblando por dentro de la emoción. Con cuidado de no cagarla. Y preguntar con enorme desinterés su precio. Y empezar a regatear. 

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