sábado, 16 de febrero de 2019

Ehtremeñoh

A orillas del Mar Menor, una señora malagueña cargada de oro como un galeón se me quejaba de su veraneo. Ni su habitación, ni la comida del hotel la satisfacía, sobre todo teniendo en cuenta "el perral" que le estaban costando sus vacaciones. En esos momentos todo lo murciano le parecía engañoso e irritante. Habíamos intercambiado los datos básicos previos en cualquier conversación con un desconocido: de dónde somos, cómo llegamos hasta aquí... -Ah, bueno, pero tú eres extremeño. Eres medio andaluz...-, eso lo escuché  aliviado. Y casi agradecido también: aquella señora acababa de perdonarme la vida.
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Pues no somos medio andaluces, mire usted. Aunque a mi no me puede ofender la confusión, porque tengo sangre andaluza, seguro que nazarí. Y aunque no la tuviera. Al fin y al cabo, querámoslo o no, tenemos muchas cosas en común. Hemos sido cocidos en la marmita de Al-Andalus, en donde el siroco africano nos ha dado color. Crecimos como el flamenco: desde un barrio de gitanos de Jerez hasta el confín del mundo, pasando por las minas de La Unión o  las ferias de Zafra o Fregenal.
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Extremadura no es, como muchos dicen, producto del "café con leche para todos". Nosotros hemos labrado, más bien, la tierra del "ni pan ni aceite para nadie".... Levantando la vista del surco sólo para ver acercarse una horda de soldados o de esbirros comandados por un jeque, un capitán leonés o un cacique terrateniente.  O un coche oficial, que es lo mismo para el caso. Jeque, alférez o cacique: todos venían a lo mismo. Todos querían lo mismo. Y lo siguen queriendo. Y lo siguen expoliando, aún hoy. A nosotros, que en gran parte no hemos conocido otra patria que nuehtro cacho e tierrina, o nuehtra majá. Ni más frontera que la inmensa besana. Ni queríamos otras armas que la segureja, la llegaera, el jocino y la cavaera.
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Nuestra vida, nuestra historia, ha estado y sigue estando obligada por la necesidad. La falta de horizonte alguno. La que empujó a muchos a marchar a América para buscar ventura. No todos fueron iguales, no todos fueron asesinos. No todos volvieron cargados de oro -a costa de exterminar a otros más inocentes aún-,  muchos sólo encontraron, simplemente, una tierra en donde podían vivir y comer. Y allí se quedaron, fundando sus familias mestizas. Los más, sólo sirvieron de mano de obra, trabajadora o guerrera, para que otros, de verdad, se enriquecieran sin tener que cruzar el Atlántico a costa de su sangre. La misma falta de futuro que nos empujó a ser marinos, trabajadores en una fábrica de Sabadell o de Münich, o soldados en mil guerras que nos importaban un pimiento.
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No somos crueles, ni toscos. Ni somos zafios, como muchos creen. Somos el resultado de la injusticia. Porque, por ejemplo, la Universidad nos llegó con cuatro siglos de retraso. Igual que las autovías, e igual que lo hará cualquier otra cosa que signifique promoción y desarrollo.  Pero no es culpa nuestra.
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Somos lo que somos. Y aunque apenas servimos -para muchos- más que como paradigma de lo atrasado y lo prescindible, sé que llegará otra era para Extremadura. No sé cómo diablos vamos a afrontar el reto, ni de dónde sacaremos luces para quitarnos la modorra que nos alimentan ellos, las garrapatas de siempre. Seguro estoy de que no nos dejarán, si pueden, levantar cabeza: está pasando ahora. Nuestros próceres son los primeros culpables. Pero de alguna manera esto cambiará. Sólo lamento que, por lo que me parece, no será tampoco mi generación quien lo haga. Pero lo harán nuestros hijos, estoy seguro. O nuestros nietos. Eso va a pasar.
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Pienso que es una deuda que tenemos pendiente.  Con Francisco de Zurbarán, Luis de Morales, Porrina de Badajoz, Ruy López, Muñoz Torrero, Eduardo Naranjo, Vasco Núñez de Balboa, Espronceda, Rosso de Luna, Luis Landero o Manuel Pecellín. Con Moreno Nieto, Meléndez Valdés, Manuel Pacheco...  También con Ibn Marwan y con los reyes Sapur y Abdalah Al-Aftas.

....Hay tajo, amigos.

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