miércoles, 27 de marzo de 2019

A veces veo títeres



Cuando visité la ciudad de Lyon pude encontrar, en una plazuela pequeñita que flanqueaban dos puestos de flores y uno de hortalizas, el monumento a Laurent Mourguet. Es un obelisco modesto que soporta el busto verdoso de este caballero del siglo dieciocho. Mourguet fue el creador del teatro de títeres. Su primer personaje y el más famoso de todos fue Guignol. A Guignol también lo quise visitar, pero no pudo ser. Doblando dos callejuelas más del Vieux Lyon se halla el museo de títeres en donde descansa el viejo muñequito, pero por dos veces encontré la puerta cerrada y con un calor del copón bendito, por lo que me despedí desde fuera y pedí refugio a una tabernera que resultó irlandesa y versada en cervecitas. Olvidé pronto al pobre Guignol.

Ahora me han venido a recordarlo los cómicos encarcelados en Madrid, acusados de enaltecer al terrorismo, por boca de uno de sus personajillos. El mundo está fatal. Pero España está para que la derriben y la hagan de nuevo. Y la alicaten bien hasta el techo porque esto ya con pintura no se endereza.


Derecho Constitucional es como llamamos en España a las ingentes cantidades de cañas con bacalao rebozado que en Casa Labra consumieron los padres de nuestra carta magna para llevarse medio bien y hacer un apaño que durase unos añitos. Mis respetos y mi admiración hacia ellos: no comparto tanta crítica actual hacia la Transición, se hizo como se pudo y no fue tan mal. Y sobre todo, se hizo como a mi me gusta: hablando, comiendo y bebiendo. Ellos –como también muchos constitucionalistas alemanes- debatieron sobre las libertades de opinión y expresión y la cosa tenía tomate. -¿Respetamos esas libertades a quienes estén a favor de la violencia? -¿Y a los franquistas? -¿Y a los nazis? -¿Que lo piensen o también que lo manifiesten? -¿O no?….  y claro: era que sí. Para mantener mi opinión en absoluto silencio y no poder manifestarla no necesito ninguna constitución que me proteja. Y si sólo protege ciertas opiniones pero no otras ¿qué carajo de libertad de opinión es esa?… Pero los Roca, Peces Barba, Cisneros y etcétera sabían que esto, en España, necesitaría de una pedagogía de muchos cursos intensivos para ser digerido.  Ochenta o noventa años, o por ahí….   -Libertad para decir lo que quieras, hombre dónde se vio eso… A ver si se les ocurre a los hijos de la gran puta de ETA  insultar a nuestras víctimas. Que insultos aquí no se pasa ni uno, me cago en sus muertos-    Si manifestar una simple opinión sin violencia puede ser objeto de persecución, está claro que el resto del artículo 20 de nuestra constitución puede ser usado tranquilamente como papel higiénico. La creación artística, literaria o científica, como comprenderéis, importan una puta mierda a quienes gravan con IVA de lujo a cine, teatro o libros, persiguen a literatos jubilados que osen publicar un párrafo y cobrarlo, o contemplan sin rubor ni pesar cómo se nos marchan al extranjero los mejores  y más jóvenes cerebros.

Guignol y Gnafron, como Polichinella en Italia, o Punch, o Kasperle, o tantos otros muñecos de teatrillo, andaban siempre arreglando los problemas a base de hostias bien asentadas, o de golpes tremendos de cachiporra, su arma preferida. Pero nunca a ningún espectador se le ocurrió interponer demanda por ello. Hoy sí. Pero hoy hay razones. Razones naturalmente políticas. En España siempre estuvo penado no ser afecto al régimen y eso es así desde Isabel la Católica hasta nuestros días. Quien se mueve no sale en la foto y tal. Incluso así nos fueron educando nuestros mayores: no preocupados de que un hijo fuera como los demás, uno más entre miles, sino -¡horror!- que fuera distinto. Tú no destaques hijo: sé uno más. Pero la mera y lejana posibilidad de que “los distintos”, los no afectos, puedan empoderarse hace que tiemble el misterio.  Y los cimientos del  carcomido teatro. 
Lo que pasa es que Laurent Mourguet no era empresario teatral, ni cómico, sino sacamuelas. Inventó a Guignol para entretener a sus clientes y que no se dieran cuenta del mal trago que iban a pasar o que estaban pasando.  Y así andamos doscientos años después. Yo no veo más que títeres. Nos están sacando la pringue, amigos. Ya os lo he dicho más veces. Nuestro sueldo. La pensión de nuestros padres. La beca de nuestros hijos. El ahorro de nuestra cartilla. Se lo van a llevar absolutamente todo. Su voracidad y su ansia y su desvergüenza no tienen fin. Y ahí están: les meten la mano por el culo a unos cuantos muñecos (un juez, unos periodistas, policías, colectivos de afrentados, etc) y ya tenemos guiñoles para varios días. Mientras, que no se hable mucho de lo suyo.

-       ¡C'est guignolant!

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