Ella, con quince años nadas
más, descubrió a fuerza de machismo y sinrazón que se encontraba sola. Todo
aquello que hasta ese momento, el de la muerte de su madre, había constituido
la sencilla y feliz existencia de la pobre niña, desapareció un día.
En su lugar, un aplastante nuevo orden de cosas llegó para instalarse sobre ella y sobre su
hermano. Todos -su padre, sus tíos- daban por descontado que era ella
quien ocuparía el lugar de su madre desde el mismo instante en el que la pobre
mujer falleció con poco más de cuarenta años. Desempeñando cada una de sus
tareas de forma que, como tratándose de una pieza de sustitución, su padre
pudiera mantener apenas sin cambios su cómoda rutina, a costa de una alteración
tan traumática en la vida de su propia hija: abandonar la escuela, administrar
la casa, cocinar, limpiar, atender a su hermano. Todo ello, además, con poca
dotación económica, ni más ayudas ni recursos. Sin estar preparada para ello.
Sin haberlo esperado, pues los dos niños desconocieron hasta el último momento
la gravedad de lo que iba a suceder, aunque de todos modos hubiera sido difícil
para ellos asumir o entender nada, caso de haber sido advertidos. No tenían
posibilidad de encajar tanta mudanza, tanto desamparo. Era verdad: cuando moría
un hombre, sus hijos perdían a su padre. Cuando moría una mujer, los hijos
quedaban completamente huérfanos y solos.
Casi ningún adulto entonces
estaba comprendiendo nada de esto. Habían sido educados así. El papel de la
mujer era ese.
Poco tiempo después el niño
escapó de casa un par de veces, sin rumbo ni sentido. Corriendo a ninguna
parte, llorando y tropezando por las calles. Supongo que en días en los que se le
hizo insoportable el dolor, la falta de calor y la añoranza de su madre. No
sólo no fue consolado de ningún modo, sino que se le buscó y persiguió como a
un recluso. Y fue golpeado de forma impropia y brutal, hasta amoratar su cara
de niño. Vi cómo lo trajeron la última vez de vuelta a casa. Pero no era él
quien regresaba: ya no regresó nunca. Ya nunca reconocí en él al niño que se
bañaba y jugaba conmigo en el Zapatón. Con quien luego sacaba agua de la
acequia con una lata, para lavarnos con un pedazo de jabón, antes de cenar pan
con tomate y queso a la luz del carburo.
Ella también escapó, tres años
después. Pero ya nunca volvió. Una maleta con cuatro cosas, casi sin dinero,
una carta de despedida en la mesilla. Fue un gran revuelo.
Qué sensación tan extraña. Qué
inseguridad me producía entonces a mi, un crío, estar presenciando
acontecimientos que me parecían claramente abusivos ya entonces. Y sus consecuencias:
que yo entendía como el resultado lógico, más que esperable, de aquellos…
¡Mientras casi todos nuestros mayores estaban como en otro planeta, incapaces
de ver la misma luz del día!
Y qué lejos parece quedar todo
aquello. Como si lo que ahora escribo fuera ficción. Pero no lo es. No lo fue.
Cuando la injusticia es estructural
nos envuelve a todos y nos engulle. O por falta de arrestos para afrontarla, o porque de algún
modo nos beneficia. El machismo, bien lo vi entonces, a mis doce años, estaba
en todos nosotros. Y lo sigue estando.
Dije que ella nunca volvió,
pero sí lo hizo. Un día, mucho tiempo después, acompañada de su nueva familia,
su marido y sus hijos, que causaron en mi un gran impacto, cuando creía que
esta historia no daba para más: ¡ellos también la trataban como a una sirvienta!
¡también le hablaban sin respeto y hasta recibía de ellos algún insulto y
burlas!
Yo no sé qué siente o piensa quien
ha sido educado en la Igualdad. Yo no lo fui. Pero hechos como estos, vividos o
presenciados, me hicieron comprender algunas cosas. No podemos escapar del
constructo social imperante en el periodo en el que nacemos y vivimos. Diría
que tampoco somos responsables de las normas que lo rigen, en tanto que no
fueron inventadas por nosotros e incluso es posible que las desaprobemos en
todo o en parte, o que no las entendamos. De lo que somos responsables es de
sacar tajada de un sistema estructuralmente injusto. Y también de no oponer la resistencia
y la voz crítica esperables en la medida en que nos sea posible, en esos
momentos en los que la vida te dice que es tu turno y que tienes que
retratarte.
Cada uno es responsable del
orden y el rumbo de su propia e individual existencia. De sus hechos. De
articular su propio armazón de principios. Y de actuar en consecuencia. Elegir
bando y trinchera, en esta guerra en la que la neutralidad no existe.
0 comentarios:
Publicar un comentario