martes, 4 de enero de 2022

Recordando a Humberto


    Después de tantos años, volvía a encontrarme ante un mostrador, en el servicio de empleo. Estaba en la cola del paro. 
    No. No había perdido mi puesto de trabajo. Al menos todavía no. 
    Estaba allí intentando dar trabajo a otra persona. A un inmigrante ecuatoriano. 
    El era un hombre trabajador y experto. Parecía buena persona. Tenía mujer y un puñado de hijos. Vivía de alquiler y no tenían ningún ingreso. 
    Habíamos decidido darle trabajo. Nos hacía falta alguien como él, aunque sabíamos que elegir a un inmigrante sin papeles en lugar de un "nacional" iba a complicar la cosa. Pero se quiso hacer así. Era una oportunidad para él y se iba a convertir en un quebradero de cabeza para mi. Darle trabajo era fácil. Arreglar sus papeles, no tanto. 
    La consejería competente me informó de los trámites necesarios y me puse a ello. Fueron dos meses de gestiones, entre las cuales cuento la de hacer una oferta abierta de empleo y entrevistar a quince candidatos compatriotas que no eran aptos o no estaban nada interesados en trabajar. Lo juro: no es demagogia. Qué vueltas da la vida. En todo el fregado conté con la colaboración de Paco, un generoso funcionario del servicio de empleo, que se empeñó desde el principio en hacer bien su trabajo, nada más y nada menos. Y ambos contamos con la inestimable ineptitud, insensibilidad y falta de ganas de su jefe de oficina, curiosamente mucho más joven que nosotros. No sólo no colaboró en absoluto, sino que se revolvía de molestia por vernos bregar a nosotros y hasta un día me llegó a echar de su despacho. No recuerdo tu nombre, pero desde aquí te repito lo que ya te aclaré un día en tu cara, bonito, por si lees esto: que eres un cabrón. Y que ojalá pases hambre de la de verdad, tú y los tuyos. 
 
    La vida no es un cuento de hadas, eso ya lo sé. Los pobres no siempre son los buenos, ni los acomodados son siempre los malos. La vida es compleja. (...)


    Sin embargo, os diré: todo hombre y toda mujer tiene derecho a vivir y a trabajar. Todo niño tiene derecho a creer que su padre es un héroe, hasta que la edad lo haga convencerse, nunca de forma traumática sino serena y lógica, de lo contrario. Todos deberíamos tener pan en la mesa. Y azúcar y arroz y garbanzos en la despensa. Nadie debería tener frío, ni miedo. Ni morir ahogado en el intento.
Y mientras eso siga ocurriendo, a la vez que a muchos nos preocupa más la velocidad de nuestro internet, poder beber en las terrazas o la retención del ierrepeefe, es que aquí algo no marcha. Y cuando una cosa no funciona, hay que arreglarla. O eso, o echar el tinglado abajo y empezar de nuevo.


    Y si no, nos lo derribarán los hambrientos. Ese gigante que, cuando se levanta, camina con unos pasos que nadie, absolutamente nadie, puede detener. Ni las alambradas, ni las bolas de goma, ni los políticos cerriles, ni sus vomitivos votantes . 


Manuel,  10 de febrero de 2019 

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